Hacia las 9:30 de la noche del Viernes, Jorge, Pasqui, Diego, David, Jean Michel y yo habíamos salido en dos coches desde Pamplona con rumbo a Zaragoza. Noche cerrada a nuestro paso por Tafalla, Caparroso, Valtierra y Arguedas y más cerrada todavía cuando pasada esa última localidad hemos dejado la carretera general para tomar un desvío a nuestra izquierda, dirección Norte, que nos adentraría en este desierto territorio. Un estrecho carretil asfaltado al principio y de tierra después nos llevaría hasta el Castildetierra, símbolo del Parque Natural, donde junto a unas cabañas abandonadas dejamos los coches.
Jean Michel y David listos para el ataque noctuno. |
Seis grados de temperatura y un ligero viento de Norte (cierzo), nos metieron prisa para preparar las cosas y salir cuanto antes. ¿Salir a dónde? Jorge nos dio a cada uno un mapa escala 1:10.000 y nos señaló nuestra posición, - estamos aquí, ¿lo véis?-. Ufff, yo no veía ni jotas, pero dije que sí, a ver si no. De reojo miré a David y a Jean Michel que andaban tan despistados como yo, así que no me preocupé demasiado, ya estaban Jorge, Diego y Pasqui, campeones en orientación para conducir nuestros pasos.
Comenzamos bajando a un barranco, ¿el Barranco Grande? pues sería ese, porque lo cierto es que era tremendo: ancho y largo, no terminaba nunca. El piso estaba bastante seco y los primeros levantaban polvo que brillaba en nuestros focos. No teníamos frío pues dentro del barranco estábamos al abrigo del cierzo así que nos quitamos los cortavientos a los diez minutos.
¿He dicho que estaba seco el suelo? Pues al poco rato todos estábamos sucios de barro, ya que en algunos sitios discurría una pequeña corriente de agua (muy limpia por cierto) que nos veíamos obligados a cruzar en muchas ocasiones, a veces con esforzados saltos que terminaban en cómicos aterrizajes, con nuestras zapatillas enterradas en un barro blando y pegajoso que cedía bajo peso. El buen humor reinaba en el grupo y nuestras risas resonaban contra las paredes próximas.
En cuanto a las luces que llevábamos, mi frontal era el más miserable porque además llevaba unas pilas medio gastadas, tenía repuesto en la mochila pero entre la pereza y que los demás tenían unos cacharros formidables de batería, había luz de sobra. Eso sí, yo procuraba ir en medio porque cuando me quedaba atrás la cosa se ponía mucho más oscura y difícil.
Avanzamos en dirección Norte hasta adentrarnos en el vedado de Eguaras, zona de especial interés, declarada Reserva Natural. Encima nuestra se levantaba el Castillo de Doña Blanca o de Peñaflor. ¿Podíamos verlo? No, pero su perfil se distinguía perfectamente puesto que toda la montaña y las ruinas del castillo recortaban su negra silueta contra el cielo estrellado. La luna en cuarto menguante estaba oculta bajo el horizonte, así que las estrellas brillaban de un modo extraordinario. Apagamos nuestras luces y durante unos minutos pensamos en sus moradores, allá en el siglo XIII, ¡¡qué frío tenían que pasar!! ¡¡Y qué aburrimiento sin televisión ni interné!!
Primeros kilómetros, el garmin lo inicié cuando llevábamos unos 5 kmts el kmt 5 está justo debajo del Castillo de Doña Blanca |
La excursión nos llevó junto a corrales y cabañas de pastores, que a juzgar por el olor haría pocas semanas que habían estado ocupadas. También nos acercamos a la zona militar y bromeamos con la idea de que nos vinieran a detener o peor aún ¡¡que nos bombardearan!! así que corrimos y corrimos.
Por los sinuosos cauces de más barrancos, junto a peligrosas grietas abiertas en el suelo, subiendo laderas, atravesando mesetas, saltando matas de hierba, a veces muy apretada y donde el avance era más costoso. Trotando por pistas que al poco abandonábamos, siempre siguiendo las indicaciones de Jorge, Pasqui o Diego que disfrutaban el doble trazando el rumbo con la brújula.
¿Qué es eso? ¿Un perro? ¿Lo oís? Nos detuvimos y entonces escuchamos el inconfundible ulular del Buho Real, en alguna parte de los negros paredones.
La última etapa consistió en coronar el Cabezo de las Cortinas, donde yo lo pasé regular por una bajada de azúcar que felizmente remonté al llegar arriba a base de isostar y unas barritas. Desde allí bajamos por una suerte de escalinata artificial, seguramente espectacular a la luz del día, pero enigmática en esta noche de diciembre, sobre todo cuando resonaba hueco debajo o la veíamos desmoronada por efectos de la erosión, una erosión tremenda en estos suelos pobres que se desmoronan y se abren cada día.
Cero grados al llegar a los coches ¡¡qué frío!! En total casi 26 kmts y poco menos de 5 horas de aventura. Volveremos a las Bardenas, si nos han gustado de noche ¿cómo será verlas a la luz del día?
Aquí tenemos casi todo el recorrido. |
Si hubiera un botón de "me gusta" en tu blog lo estropearía de tanto darle....
ResponderEliminarMuchas gracias Christian, viniendo de ti es un honor esa felicitación. Seguro que tú conoces bien la Bardena y también la has sentido en muchas ocasiones.
Eliminarque divertido, la noche es fantástica para correr, nosotros por estos lugares solemos salir muy amenudo, no nos detiene ni el frió, ni la nieve, es un placer correr bajo las estrellas.
ResponderEliminarSeguro que con Pasqui no corríais, bueno, correr si corrías, pero no os perderíais.
un saludo.
Con Pasqui no nos perdimos, claro que no, pero le reñimos porque con las prisas vino a la excursión sin agua, sin mochila, con la batería del frontal casi agotada -se le terminó a mitad de recorrido-... Jajaja!!! Pero siempre es un placer correr con este campeón, que es un fuera de serie en orientación, resistencia y sobre todo buen humor. ¡¡Un saludo!!
ResponderEliminarMi familia siempre ha sido "bardenera", congozantes de las tirras de cultivo que hay allí. Allí me llevaron a los once años, a la siega de los sufridos cereales que allí se cultivan. Pasé tres noches y uatro días. Ya no volví hasta los 66 años, con mijubilación, y acompañaddo de un amigo auténtico bardenaero de toda la vida.¡Que bella es La Bardena!
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