Correr, caminar, pedalear, trepar, nadar, saltar...Trabajar y VIVIR. La diabetes, una anécdota.

Siempre y cuando controlemos el ejercicio y nuestra glucemia en sangre. Esta enfermedad que junto con la obesidad está considerada la epidemia del siglo XXI permite llevar una vida activa perfectamente normal gracias a médicos e investigadores, profesionales apasionados que no dejan de trabajar para que mañana sea de verdad una anécdota. Hay dos tipos principales de diabetes: Tipo I y tipo II. La primera es la mía, la insulino-dependiente o también llamada infantil, porque en un alto porcentaje de casos se presenta a edades tempranas, aunque yo "debuté" con esta enfermedad a los 44 años. Mi sistema inmune falló y atacó a las células del páncreas que producen la insulina sufriendo a continuación los tres síntomas del libro o las "tres Pes": Poliuria (orinar mucho), Polidipsia (sed horrible a todas horas) y Polifagia (hambre, hambre, haaaambre).



¿Porqué a mí? Pensé. A mí que toda la vida he hecho deporte, que sólo tres meses antes terminé mi Cuarta Maratón en Donosti, a mí que no fumo, a mí que soy un chico formal: Buen padre y ejemplar esposo, a mí que hago la declaración de renta puntualmente y pago la contribución urbana y el impuesto de circulación religiosamente cada año... ¿Porqué?



El estrés que tantos sufrimos en mayor o menor grado, herencia genética, un catarro mal curado, la contaminación, el agujero de la capa de ozono... Médicos, familiares, amigos, vecinos y yo mismo apuntamos una u otra causa, pero lo cierto es que daba lo mismo. El caso es que mi cuerpo -mi páncreas- casi no tenía reservas de insulina y que ya no iba a producir más -o muy poca- y que iba a necesitar "pincharme" insulina todos los días.

jueves, 8 de abril de 2010

Qué bien se está de fiesta

Ya lo creo, 5 días seguidos de fiesta dan para muchas cosas, pero sobre todo hacen que las 24 horas del día sean casi del todo nuestras. Para salir a correr todos los días, para estar con la familia, para dormir más, para ver alguna peli, para ver la procesión del Viernes Santo en Zaragoza, que es larga como la pasión por cierto -y nunca mejor dicho-, para... Para casi todo.

El primer día como sabéis, Jueves Santo, estuve dando una vueltica con Alberto por la Trinidad de Irurzun, un paseo que resultó ser bastante corto, pero bueno, fue una horica de montaña, que apunto como entreno.

El Viernes Santo fuimos a Zaragoza por la mañana, pero como me levanté pronto, pronto, aún me curré una hora y media por el Perdón, subiendo hasta los molinos desde Galar y bajando por Zariquiegui, mi vuelta normal. Al llegar a casa una ducha rápida y tras ultimar los últimos detalles del equipaje (¡¡Horror!!) , montamos en el coche y pusimos rumbo a la capital del Ebro. Como siempre mi madre nos tenía preparada una comida de chuparse los dedos, la clásica de Semana Santa: Garbanzos "de ayuno" y un bacalao con tomate que no me sale a mi ni con la enciclopedia del Arguiñano. Josefina ¡¡Twenty points!! Esa tarde estaba muy buena de temperatura y en la Plaza de Salamero asistimos al paso solemne de no sé cuántas cofradías que con el sobrecogedor estruendo de los tambores desfilaron por las calles de la ciudad. Tengo recuerdo de mis años de estudiante, cuando en las frias tardes de enero, febrero y marzo escuchaba desde la habitación el lejano sonido de esos tambores, procedente de algún colegio o polideportivo, donde se reunían los cofrades para ensayar. Aún amortiguado por la distancia y las ventanas era un trueno interminable y repetido que me acompañaba amistosamente en mis ratos con los libros.



El Sábado no madrugué demasiado y a las 9 salí de casa echando a correr hacia la Estación del Ave, desde donde tiré al Parque de la Expo para dar la vuelta completa al meandro de Ranillas, primero por la orilla del parque, metiéndome por los senderos del soto, por esa especie de selva amazónica que siempre me parecen estos bosques de ribera: Alamos, chopos, sauces, tamarices y arbustos creciendo desordenadamente que es la forma ideal en que la naturaleza hace las cosas. El Ebro discurría impetuoso, con buen caudal y sus aguas por una vez no eran de color marrón, no es que fueran las de un rio de montaña pero vaya, bajaban bastante claras. Los últimos kilómetros por la orilla exterior del meandro me llevaron de regreso al Puente del Tercer Milenio, desde donde subí de nuevo para casa de mis padres: Un poco menos de una hora.


El Domingo amanecí con una glucemia de 210, la culpa la cena de McDonalds la noche anterior, mejor me hubiera sentado un chuletón... O una ensalada, vaaaale. Pero como todo tiene remedio, además de ponerme mis 4 uds de Novomix30 de insulina, me preparé y salí disparado hacia el Ebro de nuevo, esta vez tiré por la orilla del Paseo Echegaray hacia el Pilar y proseguí por toda la ribera hasta el puente del Azud ¿Se llama así, no? Cruzándolo regresé por la otra orilla del barrio de la Jota hasta el Balcón de San Lázaro, por un nuevo camino que permite pasar por debajo del Puente de Piedra para encadenar con el parque de la Arboleda de Macanaz, después Helios y siempre siguiendo el nuevo camino de la ribera hasta la zona de la Expo para regresar cruzando el Puente del Tercer Milenio: 1h 13min.

Lunes de Pascua, de nuevo repetí el circuito del meandro de ranillas en el mismo tiempo más o menos. Buenas sensaciones a pesar de ser el quinto día consecutivo de entrenamiento corriendo, claro está que ningún día he hecho más de 1h y media. Pero bueno, las piernas han tenido movimiento todos los días: Bien.

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